Mar Blanco by Claudio Giunta

Mar Blanco by Claudio Giunta

autor:Claudio Giunta [Giunta, Claudio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


XVIII

—Está lloviendo.

Julia me lo comunicó riendo. Permanecía de pie delante de la ventana, con la cortina marrón apenas echada, tal vez para evitar que la luz, al entrar, pudiera despertarme. Pero no había casi luz, era una especie de mancha de color marrón claro contra el marrón oscuro de los muebles de la habitación. Y yo ya estaba despierto. Julia se reía porque apreciaba la coherencia. Lluvia. En seis días solo habíamos visto lluvia. Y en el plazo de un par de horas nos marcharíamos con lluvia. Sí, marcharnos, todavía quedaba un retazo de septiembre por delante, y en septiembre Florencia era una maravilla.

—Espléndida e inesperada noticia. ¿Y me despiertas para esto?

Cerré de nuevo los ojos, puse mi cabeza debajo de la almohada. Pero oía el agua tamborileando en el techo, y veía de nuevo a Julia descalza, en albornoz, en el vano de la ventana, levantando con las manos la cortina solo un poco, para no despertarme. Hacía años que nadie era tan amable conmigo.

La noche anterior había sido la cena de despedida con Lila y Pável y bebimos un poco más que de costumbre. Yo puse sobre la mesa las dos botellas de Chianti que me había traído de Italia. Me había imaginado vagamente invitaciones a cenar de las autoridades del lugar, recepciones…, y ese debía de haber sido mi regalo. Pero no había autoridades, excepto el pope; y no hubo invitaciones. Descorchamos las dos botellas, una tras otra, intercambiamos las direcciones de correo electrónico, prometimos escribirnos: las cosas que se hacen en estas ocasiones. El día siguiente sería el de nuestra partida, pero también el del cierre definitivo del hotel durante la temporada de invierno. El barco hacia Kem salía a las nueve, y pensamos que sería una buena idea levantarnos pronto y ayudar a los chicos. Subimos las escaleras, pero, en el momento de separarnos en el rellano, como las otras noches, Julia se lo pensó, es decir, imitó el acto de pensárselo, con el dedo en la boca y la cabeza vacilante, y dijo:

—Humm, no, me parece que me voy contigo.

Sonreí, la miré. Pensé en cuánto de esa frase era debido al alcohol. Fue como si hubiera oído mi pensamiento.

—No, no estoy borracha. En realidad, quería hacerlo enseguida. Pero no sabía si seguías siendo simpático. Durante este tiempo podías haberte vuelto un gilipollas. En cambio, sigues siendo simpático.

Y ahora estaba allí, de pie en la tenue luz del amanecer, en un lugar perdido en el norte de Rusia. La vida era extraña, pero no estaba mal.

Julia se me adelantó. Yo bajé unos minutos más tarde con las maletas y encontré a los tres en la misma mesa donde los había visto la primera noche, en idéntica posición. Me acordé del sentimiento de soledad que experimenté entonces: ellos tres hablando en ruso; yo, el desconocido, guardando silencio. Pero también recordé el alivio que sentí cuando Julia me cogió de la mano, y las primeras charlas, más tarde. Habían sido seis días extraños y hermosos, y no solo por el final.



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